TORMENTA
Llueve, bueno no sólo llueve, menuda tormenta se ha desatado. Los
truenos son muy fuertes, me tapo la cabeza con la almohada. Sí, ya sé que soy
mayor, que tengo cinco años, pero no lo puedo evitar, me dan miedo las
tormentas.
Además, estoy en una cama extraña. Es cierto que he venido otras veces,
pero han sido dos días. Un fin de semana, como mucho. Me voy a explicar y
contaros quien soy y donde me encuentro. Mi nombre es Andrea y como ya sabéis
tengo cinco años, estoy pasando unos días en la casa del pueblo de mis abuelos.
Mis padres se han ido de viaje de negocios y aquí me han dejado. No, no me
quejo, adoro a mis abuelos y no sólo porque mi abuela prepare las mejores
galletas del mundo y mi abuelo me cuente historias fantásticas antes de irme a
dormir, si no porque son unas personas de buen corazón que sé que darían todo
por mí. Ahora es de noche y hay una enorme tormenta, no les he dicho que tengo
miedo porque estarán durmiendo y no quiero despertarlos. Se levantan temprano,
les gusta preparar la casa y la comida juntos. Están llenos de vitalidad, pero
son abuelos y necesitan dormir. Me armo de valor y decido aguantar por esta
noche.
El clima suele ser tranquilo pero he tenido que venir en época de
tormentas, es lo único que puede fastidiarme la estancia en la casa.
Os voy a contar un poco como es la casa, a mí me parece un palacio para
princesas. Princesa, así es como me llama mi abuelito, que no os lo había
dicho. Soy su princesa y consigue hacerme reír con eso. Dice que valdría para
hacer tanto de Blancanieves como de Cenicienta, porque cuando sea mayor, con lo
bonita que soy, todos los príncipes se enamorarían de mí locamente. ¡Puaj! Yo
no quiero tener novio, los chicos siempre me tiran de las trenzas y me enseñan
bichos asquerosos para ver si consiguen hacerme llorar.
Bueno, la casa, es pequeñita, recubierta de madera con grandes
ventanas. Por dentro es rústica, aprendí esta palabra el año pasado, me encanta
pronunciarla. Tiene muchas figuras y cosas que mis abuelos han traído de cuando
hacían viajes por el Mundo. Tiene un patio lleno de árboles y flores. Mi abuela
es una gran jardinera y tiene desde rosales hasta flores que no sé ni cómo se
llaman. A mí todas me parecen preciosas. Me gustan las de color amarillo que se
parecen a las campanillas y están hacia abajo. Mañana, sin más, le preguntaré a
mi abuela por sus nombres. Creo que voy a hacer un cuaderno con dibujos de las
flores y sus nombres. Así cuando esté con mis amigas se las podré enseñar.
Mañana, cuando por fin haya pasado esta tormenta...
MAÑANA – ENCUENTRO
Al día siguiente relucían las gotas de rocío en las famosas flores
amarillas.
El olor del césped y la tierra limpia y mojada unida al aroma de los
bollos recién horneados me hizo levantarme de un salto. Me calcé mis zapatillas
de conejitos violetas y me fui a dar un beso de buenos días a mis abuelos. El
desayuno era realmente delicioso.
Luego subí junto a mi abuela a darme un baño calentito y vestirme, nos
íbamos a hacer la compra al centro del pueblo, lleno de pequeñas tiendas a pie
de calle.
Yendo de camino, junto a un coche, vi una sombra pasar, como soy un
poco asustadiza (ya sabéis) me imaginé un fantasma. Me abuela me dijo que no
podía ser un fantasma, que a ella lo que le había parecido ver era un gatito
negro.
Le dije que entonces quería buscarlo, que si era pequeño habría que
buscar a su mamá. Que tendría miedo. Dimos una vuelta alrededor de la zona y no
vimos nada. Seguimos con las compras. Pero al salir escuchamos unos maullidos,
ya no cabía duda, se trataba de un gato. Mucho mejor que un fantasma.
Me encantan todos los animales, pero los gatos y los perros son mis
preferidos. Nunca he tenido ninguno, mis papás no los quieren en casa. No es
porque no les gusten, si no que me han dicho que hay que cuidarlos como a un
bebé, no sé yo, no se les puede poner un chupete, no lo entendí muy bien. Ellos
viajan bastante y yo aún soy pequeña (según ellos, ¡qué tengo cinco!) para
cuidar de uno.
Cuando vamos a los centros comerciales de la ciudad y veo una tienda de
mascotas siempre miro a los cachorros que se encuentran en las urnas esperando
un hogar. Me dan mucha penita, no sé como los adultos (siendo tan listos)
pueden tenerlos metidos en ese espacio tan chiquitito, a mí me daría una cosa
que me dijo mi abuelo se llama claustrofobia.
Convencí a mi abuela para buscar otra vez al gatito. Y lo encontramos.
Era muy pequeño, negro, con los ojitos como sucios y no paraba de maullar como
asustado.
Le pregunté a mi abuela que qué le pasaba en los ojitos, ella me dijo
que probablemente tendría legañas y entonces habría que limpiárselos para que
no se le pusiesen peor.
Sin pensarlo dos veces le dije que tendríamos que llevarlo a casa, que
no le podíamos dejar sólo y con los ojos así. Se lo pensó un rato, aunque a mí
me pareció una eternidad. Me dijo que sí, que le llevaríamos a casa. Me alegré
tanto que salté a su cuello y le di muchos besos en la cara. Me paró y me dijo
muy seria que sólo lo llevaríamos a casa para curarle los ojos y después habría
que buscarle una familia. Le puse mi mejor cara de vale, pero en el fondo
pensaría la forma de poder quedármelo para siempre.
A mi abuela le costó un poco cogerle, ya que al estar asustado quería
huir.
Finalmente lo pudo coger y así lo llevamos a lo que sería (eso, aún, no
lo sabía mi abuela) su futuro hogar.
No me dejó cogerle porque me dijo que primero había que llevárselo a la
veterinaria del pueblo para que le mirase bien y nos dijese su estado de salud.
Y además, si le cogía no debía ni tocarle los ojos y tendría que lavarme muy
bien las manos después.
UN NOMBRE PARA EL GATITO – UN NUEVO AMIGO
Tras llevarle a la veterinaria y confirmarnos que sólo tenía una
pequeña conjuntivitis, fácil de tratar, entró en nuestras vidas.
Y si a la abuela le había costado poco acogerle, la convencí, el abuelo
se mostró entusiasmado con el pequeño. Sí, era un “niño”. Pero no de los que te
tiran de las trenzas, para mi fortuna.
Mi abuelo dijo que teníamos que ponerle un nombre que era lo más
importante.
Y le llamé Timi. Me parecía el nombre ideal para él.
Se le curaron los ojitos. Hasta aprendí a echarle la crema y él
aprendió que nosotros no le haríamos daño y le querríamos siempre. Son muy
listos los gatos.
Era muy bueno y comía como un glotón su comida especial para cachorros.
Nada de porquerías, “los gatos no comen gominolas” me dijo un día mi abuela muy
seria, casi enfadada, cuando le iba a dar un osito de fresa. No me regañó, me
explicó que Timi se podría poner muy enfermo porque su tripita no era como la
mía. Como yo no quiero que le pase nada, nunca le he intentado dar otra chuche.
Ni siquiera una rica galleta.
Y, ¿sabéis una cosa? Timi es un excelente compañero los días de
tormenta. Me acompaña siempre y me dejan que duerma conmigo porque ya está
vacunado de todo lo que un gato necesita para estar sano y fuerte. Y junto a él
no me dan miedo los truenos. Él los mira desde la ventana y si me ve asustada
hace un ruidito como regañándoles. Me protege y yo a él. Se ha convertido en mi
mejor amigo. Juego con él con una cuerda y tirándole un ratón de juguete con un
cascabel. ¡Se vuelve loco persiguiéndole! Le cambian sus ojos de color verde a
casi negros. Es muy curiosa la forma en que los cambian. Me han explicado que
es por la luz y la concentración, así fijan mejor lo que quieren ver. Ya me
gustaría a mí poder hacer eso. Sobre todo porque ven en la oscuridad. Ya no
tendría miedo a nada. Sería como tener poderes.
Ahora sólo espero que mis padres me lo dejen llevar a la ciudad. Aún no
les he dicho nada cuando hablamos por teléfono. Mi abuelo me aconsejó que
esperase, que cuando le vean les pasará como a nosotros, los cautivará y no
habrá nada más que decir.
Y si no lo conseguimos, me ha prometido que se quedará con ellos y
cuando venga a verles Timi seguirá siendo mi mascota, compañero, amigo y
hermano para siempre.
= ^.^ = FIN = ^.^=
Esta historia la escribí hace algún tiempo para una web solidaria (ahora no recuerdo cuál...) en la que donabas 1€, mandabas un relato corto sobre gatos como tema y podían publicar en su web tu relato. ¡El mío fue uno de los publicados!
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